Hoy una pequeña introducción que es además un adelanto (que en unos cuantos meses entenderéis):
Empecé a cocinar de pequeño, pegado a las faldas de mi abuela Nuncia en su casa asturiana. Pasaba los veranos en la casa del pueblo, y lo mismo cogía un hacha y me iba a cortar leña al campo, pescaba en el río o en la mar con mi abuelo, mis hermanos y mi padre (mi madre a veces también se animaba) o me quedaba con la abuela en la cocina, amasando, guisando, cortando, pelando, probando, disfrutando. Ahí aprendí, sin pensar jamás en que sería cocinero, sencillamente disfrutando con los dedos hundidos en la masa, con los aromas que salían del horno y feliz de la vida compartiendo café con mi abuela. A veces pienso –será que me hago mayor— que me gustaría recuperar parte de todo eso en algún momento, no ahora ni mañana, pero sí algún día: tener una casa en el campo, comer de las vegetales que cultivo en el jardín y las aves o el ganado que se crían en los pastos. Va a ser verdad que conforme uno envejece el deseo por retornar a la infancia se hace más fuerte.
Decía Brillat-Savarin en su fundacional Fisiología del gusto: “El destino de las naciones depende del modo en que se nutren”. Y yo me atrevería a bajar a tierra su enunciado, no sólo el destino de las naciones, también el destino de cada uno de nosotros. Porque, y espero me disculpéis la frase hecha, “somos lo que comemos”. Hoy más que nunca, cuando comer –y cocinar— es más que una función vital, es un acto cultural y una toma de posición en la batalla por la sostenibilidad del planeta. Creo fervientemente en respetar los ciclos naturales de los productos, una muestra de inteligencia y amor por las materias primas. Yo que adoro el atún rojo, por ejemplo, decidí retirarlo de mi carta sumándome al boicot organizado por WWF, debido a la falta de acuerdo entre productores y agencias reguladoras a la hora de poner límites a la explotación de este maravilloso fruto del mar. Así hasta nuevo aviso, hasta que seamos todos capaces de respetar los ciclos de vida y reproducción de esta especie, evitando su extinción y asegurando a las generaciones futuras su disfrute. Cocinar, va aprendiendo uno, es también respetar el producto y su entorno.
Seguimos con pelis. Con pelis que nos recuerdan lo importante que somos, todos y cada uno de nosotros, en la sostenibilidad del planeta que nos recuerdan las repercusiones que para la conservación del medio ambiente tienen nuestras decisiones y acciones como consumidores. Hope, el curioso documental de Yann Arthus-Bertrand (producido por Luc Besson), se estrenó en junio de 2009 y, como nos recuerda nuestra amiga la Wikipedia, debido a su estreno simultáneo en televisión, DVD, salas de cine, proyecciones al aire libre y youtube se vio en 181 países, consiguiendo el record de mayor estreno de la historia. Sólo en Francia fue vista por 8.3 millones de espectadores en su estreno en la cadena France2.
La película cuenta, a lo largo de sus 93 minutos, la historia de nuestro planeta, su impresionante diversidad y el impacto negativo de la acción del hombre a través de una voz en off y una impactante sucesión de espectaculares tomas aéreas realizadas a lo largo y ancho de esta Tierra que tenemos a bien llamar hogar.
Si bien la premisa es aterradora: “En los 200.000 años que llevamos los hombres sobre la Tierra hemos roto el equilibrio que durante casi cuatro mil millones de años de evolución se había establecido en el planeta”, nos dicen sus responsables, Home no es un anuncio apocalíptico, es sobre todo un llamado a la acción porque como bien dicen ellos mismos “es demasiado tarde para ser pesimistas”. El tiempo se agota y la responsabilidad es de todos: “La humanidad dispone apenas de diez años para invertir la tendencia, darse cuenta del grado de espolio de la riqueza de la Tierra y cambiar su modelo de consumo”.
Si queréis verlo, no tenéis más que ir a http://www.youtube.com/homeprojectes, donde encontraréis la película y otros vídeos
Os dejo una muestra