Cuando terminó su actuación, Margarita se dirigió, como siempre, a la barra del bar. Danny no había despegado los ojos de ella en toda la noche. Aunque nunca se había atrevido a decírselo, estaba enamorado como un adolescente de la bailarina. Su pelo rojo, su acento extraño, la cadencia de sus pasos y sus curvas, aquellas curvas que se contoneaban ligeras de ropa en el escenario del Negresco, cada noche, le estaban volviendo loco.
Danny la miraba embobado mientras ella se acercaba, soñándose entre sus brazos, perdido en sus caderas. Y triste, porque sabía que aquella mujer de bandera nunca iba a posar sus ojos en el barman de un cabaret de segunda. Uno de esos en los que el ambiente siempre estaba tan cargado que apenas se veía el humo, como diría el viejo Alvite.
Aquella noche Margarita plantó sus voluptuosidades en la barra, apagó el cigarrillo manchado de carmín en el cenicero, encendió otro y dijo con voz grave.
– Ponme algo que me haga sentir viva. Sorpréndeme.
El joven barman vio como, por fin, había llegado su momento. Se dio la vuelta. No lo pensó ni un segundo. Escarchó el borde de una copa de Martini con sal. Añadió unos hielos a la coctelera y mezcló en ella tequila, triple seco y zumo de limón. La agitó con cuidado, como acariciándola, y, buscando los ojos de ella tras el humo, sirvió el trago.
– Aquí tiene, señorita. Sus deseos son ley para mí.
Ella dejó el cigarro, dio un sorbo a su copa y sonrió.
– Este trago lleva mi nombre –dijo antes de darse la vuelta-.
Había nacido el Margarita. Un cocktail eterno, como todo aquello que nace fruto del amor. Unos cuantos años después, en una oscura sala de cine de Tijuana, Danny vio como Glenn Ford le pegaba a Margarita una sonora bofetada en una película que se llamaba Gilda. Pero ella ya no se llamaba Margarita. Se había convertido en Rita Hayworth. Y el Margarita en un cóctel inmortal.
Existen multitud de versiones acerca del origen del nombre del cocktail que bebe Margarita en nuestra historia. Nadie se pone de acuerdo acerca del quién, del dónde o del cuándo. En realidad da igual. Yo he decidido inventarme mi propio relato. Prefiero imaginar que fue en un tugurio oscuro y maloliente, con una dama despampanante como inspiración y una historia de amor imposible de por medio.
Lo que está claro es que el que mezcló por primera vez los ingredientes de este trago universal sabía de tequila. Ese aguardiente del que ya hemos hablado por aquí, que se hace con la piña del agave, que combina perfectamente con los sabores ácidos del limón, la lima, la flor de jamaica o el tamarindo y del que la sal es buena compañera.
El Margarita es uno de esos tragos refrescantes que le dan a uno la sensación de estar de vacaciones. Lo puedes preparar de mil maneras y es un placer saborearlo, a pie de playa, servido en esas características copas anchas (el Margarita es de los pocos cócteles que le da su nombre a una copa) y con una sombrillita de papel o una rodaja de limón a modo de decoración, mientras se pone el sol. Para rebajar su acidez le añadiremos jarabe de azúcar. Pero, si sustituimos este sirope por jarabe de agave, la diosa que los nahuatl llamaron Mayahuel, y que se representa con la forma del maguey, se sentirá muy honrada.
Si queréis sorprender a vuestros invitados podéis cortar una lima por uno de sus extremos, vaciarla y servir el trago en su interior. Hay a quien le gusta el Margarita helado, esto es, como si fuera un granizado. También se puede infusionar el jarabe de azúcar con lavanda, hacer un Margarita con aromas italianos añadiendo un toque de amaretto, sustituir el Triple Sec por Grand Marnier o jugar con las frutas y los zumos. Probad y descubrid cual es vuestra combinación favorita y buscad el tequila adecuado para cada uno de ellos. Yo siempre recomiendo el que hace mi amiga Marcela en Jalisco y que se llama igual que su casa,
El Margarita sabe a verano y admite múltiples variantes. Algunas más sofisticadas que otras, como el Margarita Blue, que se hace con curaçao azul. Otras más evolucionadas, como el “Malcolm Lowry”, llamado así en honor al autor de “Bajo el Volcán”, a cuya afición al tequila y al mescal le debemos una de las novelas más desgarradoras del siglo XX, y que no es más que un Margarita al que se le añade un poco de ron blanco. Sí, al amigo Lowry le gustaba beber duro. Igual que a la inmensa Chavela Vargas, que dijo una vez “Me tome cuarenta y cinco mil litros de tequila y aun puedo donar mi hígado”.
Yo me he bebido unos cuantos a lo largo de mi vida, aunque no sé yo cómo le sentarían a mi hígado cuarenta y cinco mil litros de Margarita, por muy rico y fresquito que me lo preparen. Pero de todos los que he probado, y con permiso de mis carnales de Tijuana, el que más me ha gustado ha sido el que me ofreció Mario Castrellón, hace unos días, en su restaurante Maito, en la Ciudad de Panamá que, como sabréis algunos, es la ciudad en la que vivo ahora. Lo más gracioso es que es un Margarita sin tequila… No sé yo si la Hayworth estaría de acuerdo.
Os dejo con la receta. ¡Salud!
Sed curiosos.
Margarita Picante
(Mario Castrellón, Restaurante Maito, Ciudad de Panamá,
6 hojas de cilantro
1 rodaja de jalapeño sin semilla
4,5 cl de vodka Grey Goose
4,5 cl de jarabe agridulce (para elaborarlo disolveremos 14 gramos de limón por cada 28 gramos de azúcar
Hielo
Ponemos todos los ingredientes en la coctelera, mezclamos bien y servimos en una copa escarchada con sal, ralladura de limón seco y chile molido.